NICETO ALCALÁ ZAMORA

 

 Niceto Alcalá Zamora, Don Niceto para los suyos, El Botas para sus enemigos, nació en Priego de Córdoba en el seno de una familia de clase media, liberal  que había sido seguidora de Prim y Espartero.

 Su familia tenía ingresos escasos y tuvo que estudiar por su cuenta en el pueblo, con su padre y un antiguo albañil como maestros. Los libros, de prestado. Iba a examinarse a Cabra en un borriquillo negro, imagen que recordó más de una vez con orgullo. Su padre, que lo hubiera querido militar aceptó su vocación por el Derecho y, a los 17 años y con las mejores calificaciones, se licenció en Granada.

Poco después conoció a Pura Castillo, de la que se hizo novio y que había de ser la mujer de su vida. Corría el año 1899. Ese mismo año gano, con el número uno, las oposiciones a letrado del Consejo de Estado. Tenía sólo 22 años. Y se casó, claro.

Sus dos vocaciones, el Derecho y la política, confluyeron de forma natural. Aliada de ambas fue su elocuencia, asistida de una memoria prodigiosa. Fue el orador más celebrado de su tiempo, hasta la revelación de Azaña, con el que había coincidido siendo ambos pasantes en el bufete de Cobeña y donde contrajeron una antipatía mutua que habría de ser histórica. 

Después de haberlo sido casi todo en la monarquía parlamentaria, comienza en su carrera política republicana al caer la dictadura. Es tan evidente su superioridad sobre los demás conspiradores que en el Pacto de San Sebastián es elegido presidente por unanimidad y, al llegar la República, pasa de la cárcel a la Presidencia del Gobierno provisional sin un solo contrincante. 

Pero la República no es el régimen de orden, moderado, respetuoso con las libertades y con la religión, que se había propugnado y que, por su prestigio, había atraído a tanta gente. Se queda solo respaldando a Maura cuando éste quiere impedir la quema de iglesias sacando a la calle a la Guardia Civil.  Sus desacuerdos con Azaña los expondrá en Los defectos de la Constitución de 1931. Todo lo relativo a religión y libertades le aparta del bloque republicano-socialista, aunque le convencen para que siga en el cargo a fin de mantener una apariencia moderada. En 1936, Azaña es nombrado presidente de la república desalojando a Alcalá Zamora, hoy en día casi todos los historiadores coinciden en que fue un fallo de la república este nombramiento.

Al estallar la Guerra, que lo encuentra de viaje a Escandinavia , los dos bandos lo persiguen: unos saquean su casa de Madrid, roban sus bienes, sus cajas de seguridad en el banco y el manuscrito de sus Memorias. Los otros vejan a sus familiares andaluces y arrancan hasta los árboles de su finca La Ginesa. Sus dos hijos, Luis y Pepe, son persuadidos por Araquistáin para que se presenten voluntarios en las trincheras republicanas, donde son utilizados publicitariamente contra su padre. Pepe tiene sólo 16 años, cae enfermo y no le dejan volver con su familia, hasta que muere en Valencia. Doña Pura, su madre, no le sobrevive mucho tiempo y en 1939 don Niceto queda viudo. Como ni franquistas ni republicanos le prestan la menor ayuda para sostener a su familia, tenía otras cuatro hijas, acaba huyendo desesperado de Francia camino de Argentina. El estallido de la Guerra Mundial hará que su viaje dure 441 días. Vive al límite de la pobreza, trabajando en lo que se le presenta. Escribe en los periódicos, en las revistas culturales y en las del corazón, lo mismo sobre escritores que sobre la mujer en la Historia o en el teatro. Publica un manual clásico sobre Lo Contencioso-Administrativo. Da clases. Prepara a opositores.  El régimen de Franco quiere que regrese a España y le ofrece negociar la devolución de sus bienes, a lo que él se niega. Su última conferencia en Buenos Aires estuvo dedicada al Quijote. Contaba a la sazón 72 años, estaba flaco, algo encorvado (él, que había andado siempre tan tieso) y se había dejado una larga barba blanca. Murió sin hacer ruido, por la noche, y lo enterraron, según su voluntad, con un crucifijo entre las manos y dos puñados de tierra española junto al corazón, uno de su Priego natal,  otro, cogido en los Pirineos, antes de cruzarlos camino del exilio. En su féretro, la última bandera republicana que se arrió en esa frontera, en Prats de Molló, conservada para el último paso. No tenía bienes; al cementerio de la Chacarita le acompañaron muy pocos.

Basado en los datos, no en las ideas, de Federico Jiménez los Santos de la serie "uno de los nuestros"