LA ESPAÑA CAÑÍ

Seguimos con la "historia de España contada para escépticos". Nos situamos en los años cuarenta. "¿Qué no nos quieren?, menos los queremos nosotros a ellos. Una muchedumbre enardecida se congregó en la Plaza de Oriente un frío nueve de Diciembre para testimoniar al Caudillo su inquebrantable adhesión al régimen. Entre las pancartas que se agitaban sobre la marea humana había una que decía: Si ellos tienen ONU nosotros tenemos dos. Los falangistas no sentimos hoy nostalgia del bienestar material, se escuchaba en los discursos. Queremos la vida dura, la vida difícil de los pueblos viriles, solicitó Franco y la providencia escuchó su ruego: a la destrucción de la guerra, sin ferrocarriles, sin fábricas, sin viviendas, se sumaron años de pertinaz sequía... Pero mientras el país aguantaba los retortijones del hambre y muchos estómagos se hacían a digerir algarrobas, en las tribunas resonaban las sustanciosas palabras del viejo tronco castellano: viril, jerarquía, imperial, señero, vibrante, augusto, a las que se añadió una nueva, la más brillante, un préstamo de Mussolini aunque la vendieran como recién salida del troquel de la lengua: autarquía. Autarquía significaba autoabastecimiento, apañarse con lo propio sin ayuda ajena. Había que cerrar las puertas al corrompido mundo exterior, hasta el diccionario se expurgó de extranjerismos, el coñac se rebautizó en jeriñac; la ensaladilla rusa se llamó imperial y hasta Margarita Gautier trocó su apellido gabacho por el autóctono Gutiérrez por voluntad de un gobernador civil...El negocio de exportar pobres e importar ricos atascaba de divisas las arcas del Estado; por otra parte, crecían las inversiones extranjeras aprovechando que los salarios eran bajos y no había huelgas".