Mercedes es muy joven pero ya sabe
que hay combates que sólo se libran con la bandera de la memoria.
Sabe que hay pequeños pasos de importancia colosal, caminos
difíciles que se doblegan con una sola palabra, una foto comentada,
una escapada abierta frente a las trampas de pasado. Mercedes es
alumna del I. E. S. Casas Viejas y una de las muchas coautoras del
libro La Tierra. Historia de Benalup-Casas Viejas en el siglo XX a
través de la fotografía. Un valioso documento que ha venido a poner
sobre la mesa la memoria de un pueblo sacudido por los
acontecimientos, marcado a sangre y fuego por una historia que le ha
pasado demasiado aprisa, siempre en medio de la disputa ideológica,
del miedo y los silencios que se hicieron eternos.
Elaborado
en torno a las fotografías e historias aportadas por los propios
alumnos del instituto, la contribución de Mercedes a La Tierra es
una instantánea familiar de finales de los setenta. En ella aparecen
algunos de los descendientes de Curro Cruz, Seisdedos, el jornalero
acribillado e incendiado cruelmente en su choza junto a otros
familiares y vecinos tras proclamar el comunismo libertario en la
huelga general del 10 de enero de 1933. «Me consta que si Francisca
Prieto -abuela y nieta de Seisdedos- estuviera viva no querría que
yo comentara esta fotografía e incluso no me facilitaría
información», escribe la joven con la sencilla prosa de quien sabe
que hablar es el principio del fin de la vergüenza. Ésa que ha
convertido a esta pequeña localidad gaditana en una desconocida para
sí misma, en una criatura herida que pelea ahora por asentar un
pasado construido no sólo sobre aquellos sangrientos sucesos sino
también sobre el sudor y el trabajo de varias generaciones en lucha
contra el hambre y la pobreza.
Ahora favorecida por la
bonanza económica de los tiempos recientes, Benalup-Casas Viejas, se
vuelve por primera vez hacia sí misma, para hablar con su propia
voz. La que ha forjado a golpe de azada contra la tierra seca, la de
las cosechas y jornales, la del exilio y el afán de superación. Más
allá de las interpretaciones de los muchos expertos que se
desplazaron desde diversas partes de España y el mundo para
conocerla, La Tierra es el primer testimonio colectivo que pretende
superar los debates ideológicos y políticos en torno a la historia
de este territorio. Por ello sus páginas destilan la frescura de
nombres conocidos y anónimos, de imágenes detenidas en el tiempo.
Testigo todas ellas del devenir de un lugar que ha de mirar hacia
atrás para construir su futuro.
El pasado pendiente
Coordinadores de la
publicación, Salustiano Gutiérrez y José González, director y
profesor de Historia en el Instituto respectivamente, llaman la
atención sobre un documento en el que se recoge «la historia vital
de un pueblo».
«Benalup es una localidad joven con apenas dos
siglos de existencia, que ha pasado en muy pocos años de la
violencia de los sucesos al contraste de los campos de golf, por eso
necesitaba de una reflexión sobre sí misma que le permitiera
entender su pasado para mirar al futuro», explica Salustiano
Gutiérrez para quien el valor del texto está en su carácter
colectivo, en dejar que sean los benalupenses los que hablen de sí
mismos. Un propósito nada fácil para un pueblo acostumbrado a
guardar silencio. Tanto, que no han sido pocas las reticencias de
los más mayores a participar en el proyecto. «Una vez el libro
estuvo en la calle, muchos se dieron cuenta de que no pasaba nada,
incluso se ofrecieron a colaborar para otra edición. La Tierra ha
servido para que se dieran cuenta de que no tenían de qué
avergonzarse», explica Gutiérrez.
«En Benalup tenemos que
sentirnos orgullosos de nuestro patrimonio natural» -añade José
González- «pero también del humano, de todos aquellos que murieron,
se exiliaron o sufrieron cárcel por dar un paso adelante que,
equivocado o no, respondía a un fin positivo». El profesor incide en
la necesidad de mirar aquel episodio libertario «lejos de
heroicidades y leyendas» sino «con el realismo de que se trataba de
personas inmersas en tal pobreza que estaban casi obligadas a
reaccionar así».
Con capítulos dedicados a aspectos como la
vida cotidiana, la educación, la religión o los deportes y lugares
más emblemáticos del pueblo, el libro tiene en el elemento que le da
nombre el eje fundamental para entender el devenir de la historia. Y
es que íntimamente ligada a la tierra, el pasado de Benalup-Casas
Viejas es imposible de separar de los problemas de la
desamortización, de los jornaleros del campo y del «hambre de perro
vagabundo» a la que se refería Ramón J. Sender en su Viaje a la
aldea del Crimen.
VIaje
visual
La Tierra recoge los posteriores intentos de la
República por atajar el drama social que los sucesos habían puesto
de relieve, las imágenes de las comunidades de campesinos como las
de Malcocinado o Pedregosillo y también el afán de supervivencia en
los años del franquismo. Todo ello en un viaje visual hacia el
progreso «a velocidad de crucero» de iniciativas como Benalup 2000
en los últimos años.
Objeto de investigación en
universidades e instituciones más allá de nuestras fronteras, la
primera autobiografía de Benalup-Casas Viejas ha surgido de la mano
de la savia joven del futuro. Del mismo grupo de estudiantes que se
afanó hace un par de años en reunir fotos viejas para una exposición
en la Semana Cultural. Instantáneas que abrieron la veda de un
proyecto que ha desbordado los objetivos: mil ejemplares a repartir
entre instituciones y alumnos -con vistas a costear el viaje de
estudios- que se quedaron cortos muy pronto.
«Los chicos
tenían que vender 500 libros y se les acabaron en un sólo día. La
gente los compró para sus familiares de tres en tres y también
surgieron muchísimas peticiones desde fuera del pueblo», recuerda
Salustiano Rodríguez que no se atreve a adelantar si se sacará una
segunda edición u otro volumen de la obra ya que, una vez el libro
estuvo en la calle, «mucha gente ha perdido el temor y nos han
enviado más material fotográfico».
Con firmas de la talla de
José Saramago, Ramón J. Sender, Juan José Téllez o Antonio Ramos
Espejo, entre otros, la autoría de libro la comparten decenas de
nombres desconocidos, muchos de ellos, como el de Mercedes,
pertenecientes a alumnos del propio Instituto.
Variadas
edades y procedencias, distintas ideologías y pasados, embarcados
todos en el colosal proyecto de dar voz a un pueblo. A un lugar que
empezó por recuperar su nombre y que ahora, lejos de polémicas,
trabaja por rescatar su memoria. Una memoria enraizada en la tierra
que, como semilla latente, germina mirando al
futuro.